Juego a medias: la recreación ausente en la primera infancia de Quetzaltenango

En San José Chiquilajá, niños corren y juegan en los columpios en un parque comunitario que se llena los domingos. En el área urbanacde Quetzaltenango, otros juegan en pasillos estrechos o frente a pantallas porque no tienen áreas verdes cercanas. Aunque los escenarios son distintos, ambos reflejan un mismo vacío: la falta de espacios adecuados para la recreación de la primera infancia.

Portada, fotografía de Canva

¿Qué entendemos por primera infancia?

La primera infancia abarca los primeros años de vida, desde la gestación, el nacimiento hasta los 8 años de edad, según UNICEF y la Organización Mundial de la Salud. Es la etapa en la que los niños desarrollan la base de sus habilidades físicas, cognitivas, emocionales y sociales. Diversos estudios señalan que lo que ocurre en estos años tempranos influye de manera decisiva en la salud, el aprendizaje y el bienestar a lo largo de la vida. Por ello, garantizar entornos seguros, afectivos y estimulantes —incluidos los espacios de juego y recreación— es clave para su desarrollo integral.

El derecho al juego

El artículo 31 de la Convención sobre los Derechos del Niño establece que todo niño tiene derecho al descanso, al esparcimiento y al juego en condiciones seguras. La Ley de Protección Integral de la Niñez y Adolescencia (PINA) también reconoce este principio, y el Plan de Ordenamiento Territorial (POT) de Quetzaltenango fija normas claras:

  • Localizar espacios libres, parques y zonas verdes públicas en áreas urbanas y rurales (art. 5, lit. h).
  • Exigir a los desarrolladores de proyectos de urbanización ceder al menos 10% del suelo como áreas verdes con cobertura vegetal (art. 32, lit. d).
  • Garantizar áreas recreativas y deportivas dentro de los servicios públicos mínimos (art. 37, lit. e).

Sin embargo, la práctica dista de lo que dicta la norma. En un municipio con 34,571 niños y niñas de 0 a 9 años (INE, 2020), la recreación infantil sigue siendo una deuda social.

Campo vs. ciudad: dos realidades, un mismo vacío

En San José Chiquilajá, la niñez cuenta con áreas verdes boscosas, una cancha de fútbol y un parque comunitario. El más concurrido es el parque del sector Xoljá, que se llena los domingos y representa un esfuerzo valioso de la comunidad. Sin embargo, no responde plenamente a las necesidades de la primera infancia: sus juegos o columpios son adecuados únicamente para niños de 4 a 8 años, dejando fuera al grupo más pequeño, de 0 a 3 años, que requiere infraestructura segura, accesible y adaptada a su edad.

“Creo que este parquecito es una buena idea. Los domingos se llena y los niños se divierten mucho, pero hacen falta más espacios como este para los más pequeños”, señala Félix Basilio Huinac Reynoso, padre de cuatro hijos en la aldea.

Félix Huinac, padre de familia

En la zona urbana de Quetzaltenango, la situación es distinta: muchas familias habitan en casas sin patio y en calles de tráfico intenso. Aunque hay parques y plazas, sobre todo en las áreas centrales, estos espacios carecen de infraestructura pensada para niños pequeños; son lugares amplios, pero no diseñados para la primera infancia.

“Entre el trabajo y las labores de la casa, casi no me queda tiempo para jugar con mis hijos. Ellos pasan más en el celular que al aire libre, porque no tenemos patio y en la calle es peligroso con tantos carros. Solo contamos con un espacio de 7 por 3 metros más o menos, donde está también la lavandería y la bodega. Los fines de semana salimos a pasear cerca, pero no viajamos mucho por la economía”, explica Margarita Santay, madre de dos niños de 2 y 4 años.

Ambas realidades muestran un mismo vacío: la primera infancia crece sin infraestructura lúdica adecuada.

Familias sin tiempo ni recursos

A la falta de parques se suman condiciones familiares: jornadas laborales extensas, limitaciones económicas y la imposibilidad de costear transporte o cursos extracurriculares.

En muchos casos, los niños asumen responsabilidades de adultos: trabajan en mercados, cuidan a sus hermanitos o acompañan a sus padres en largas jornadas. Esto acelera su maduración y limita su derecho al juego.

La psicóloga clínica Ana Carolina Escobar Barrientos explica:

“Estamos en una situación crítica: muchos niños asumen roles adultos demasiado rápido. Eso acelera su desarrollo y hace que se pierda la primera y la segunda infancia. Un niño sin juego pierde oportunidades para fortalecer autoestima, habilidades sociales y tolerancia a la frustración.”

Licda. Carolina Escobar – Psicóloga Clínica, Maestra de preescolar y primaria y Docente Universitaria

Los parques y plazas de Quetzaltenango: sin enfoque infantil

El municipio cuenta con varios parques emblemáticos, como el Parque a Centroamérica, el Parque Benito Juárez, la Plaza a Japón y la Plaza a Israel. También existen parques barriales como la Plazuela San Antonio, el Parque a las Madres, el Parque Revolución y el Parque Minerva, pero ninguno de estos dispone de áreas lúdicas pensadas para niños de 0 a 8 años. Algunos tienen árboles, bancas o monumentos, pero no son espacios diseñados para el juego infantil.

En cuanto a áreas de mayor escala, destacan el Parque Recreativo El Chirriez (recientemente remodelado), el Zoológico Minerva y el Parque Municipal Cerro El Baúl, una reserva natural protegida. A nivel deportivo, se encuentra el Estadio Mario Camposeco, que en sus inicios fue un estadio escolar, pero con el paso de los años quedó bajo la administración del Club Deportivo Xelajú MC y la Municipalidad de Quetzaltenango, convirtiéndose en un espacio exclusivo para encuentros de ligas futbolísticas, representando una pérdida para la recreación de las infancias. También están el Complejo Deportivo, la Casa del Deportista y el Gimnasio Quetzalteco, de acceso público, con la salvedad de que, la mayoría de los cursos requieren pago. Estos programas deportivos suelen aceptar a niños hasta que desarrollan ciertas habilidades motrices, dejando fuera a la niñez temprana.

El panorama cultural es igualmente importante. El Centro Intercultural de Quetzaltenango (CIDEQ) integra disciplinas deportivas como karate, gimnasia y taekwondo, pero además alberga espacios culturales y académicos como el Museo Ixkik del Traje Indígena, el Museo del Ferrocarril de Los Altos y la Biblioteca José Manuel Montúfar Aparicio, que incluye una sección infantil. A estos se suman la Biblioteca Municipal “Alberto Velásquez” de la Casa de la Cultura de Occidente y la biblioteca del Banco de Guatemala, que aportan al acceso a la lectura y la educación cultural, aunque no necesariamente a la recreación lúdica de los más pequeños.

En conclusión, aunque Quetzaltenango cuenta con múltiples parques, plazas, complejos deportivos y espacios culturales, la mayoría no están diseñados pensando en la primera infancia (0–8 años). Son áreas duras, orientadas a jóvenes y adultos, poco inclusivas para niños pequeños o con discapacidad, y sin juegos adaptados a las necesidades de desarrollo de los más de 34 mil niños de Quetzaltenango.

Iniciativas desde la sociedad civil y la empresa privada

Ante la ausencia de políticas sostenidas, varias organizaciones de la sociedad civil han asumido el reto de crear espacios lúdicos y educativos. En la zona 5 de Quetzaltenango la Fundación Caras Alegres mantiene una biblioteca comunitaria y el Programa de la Tarde, cuyo objetivo es mejorar el bienestar de los niños rompiendo ciclos de marginación, violencia, abandono y pobreza, a través de una educación no formal basada en métodos pedagógicos lúdicos.

En la misma zona urbana, la Escuela de la Calle (EDELAC) ofrece actividades educativas y recreativas a niños en riesgo, mientras que Aldea Infantil SOS integra el juego en sus programas de cuidado y protección, reconociéndolo como parte fundamental del desarrollo integral.

Desde el sector privado, en la zona periurbana, la Cooperativa Crececoope R.L. ha creado experiencias recreativas para las familias de la aldea San José Chiquilajá.

“No queremos enfocarnos solo en ofrecer servicios financieros, sino en dar momentos de convivencia a las familias. Con el Festival de Bandas, el Día del Niño, el Festival de Barriletes y el Encendido del Árbol Navideño buscamos dejar huella en los niños y sus padres, que se lleven recuerdos inolvidables”, explica Heidy Catalina García, Gerente General de la cooperativa.

García reconoce que las limitaciones son principalmente económicas, pero subraya que el sector privado puede aportar más mediante alianzas estratégicas con instituciones, escuelas y líderes comunitarios, lo que convierte estas actividades en experiencias colectivas y sostenibles.

Licda. Heidy García – Gerente General Cooperativa Crececoope RL, en Aldea San José Chiquilajá

Soluciones de bajo costo y corto plazo

Para la psicóloga Escobar, no todo depende de grandes obras de infraestructura:

“Estamos olvidando los juegos tradicionales que no implican gasto: barquitos de papel, muñequitas de tela, pastelitos de lodo. Es momento de reconectar con esas prácticas. Un simple juego de cosquillas puede ser un espacio recreativo que fortalece el desarrollo cognitivo y emocional del niño.”

Ella sugiere la creación de rincones comunitarios lúdicos en bibliotecas municipales, campañas de donación de juguetes en buen estado y el uso de material reciclado para actividades recreativas, como soluciones inmediatas y de bajo costo.

De igual manera, los padres, maestros y cuidadores pueden contribuir desde lo cotidiano. Recuperar juegos tradicionales como la tenta, el yoyo, los capiruchos, los carritos o los barriletes —ahora que se acerca la temporada— no solo preserva la cultura, sino que permite a los niños ejercitar la imaginación y fortalecer lazos familiares. La simple costumbre de verlos a los ojos y conversar con ellos, sin importar la edad, tiene efectos comprobados: investigaciones del Center on the Developing Child de la Universidad de Harvard (2016) señalan que la interacción sensible y el contacto visual frecuente entre padres e hijos favorecen la formación de conexiones neuronales relacionadas con el lenguaje, la empatía y la regulación emocional.

Más que un esfuerzo económico, se trata de regalarles tiempo, atención y vínculos que construyen seguridad y bienestar para toda la vida.

En Quetzaltenango, la niñez crece entre canchas duras, plazas sin juegos infantiles y hogares sin patio. Niños que trabajan, que cuidan hermanos o que pasan largas horas frente a pantallas comparten la misma deuda: la falta de espacios adecuados para la recreación.

El desafío está en que municipalidades, ministerios, empresa privada y sociedad civil articulen esfuerzos para crear espacios seguros, inclusivos y accesibles para la primera infancia. Porque jugar no debería ser un privilegio: es una parte esencial de crecer con dignidad.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *